Otra cosa que no debemos pedirle a un político es trabajar por monedas. Es una exigencia teñida de valores éticos pero que está al servicio de expulsar a todo aquel candidato que necesite vivir de sus ingresos y que aspire a darle a su familia un pasar acorde a las responsabilidades que asume en su trabajo.
¿Por qué un ministro que discute contratos a brazo partido por gigallones de dólares, debe ganar menos que el cadete del abogado que asiste a su contraparte? ¿Por qué siendo el Estado por lejos la organización más compleja, de tamaño más grande y que maneja conflictos y presiones descomunales, sus funcionarios de más alto rango no ganan al menos el doble que los ejecutivos máximos de Techint, Telefónica o Repsol? ¿Por qué no ganan ni la mitad?
¿Por qué un diputado que tiene que tomar decisiones que quizás lo enfrenten a los poderes dominantes de su sector de por vida, deba estar pensando si ese enfrentamiento no afectará el bienestar futuro de su familia?
Los accionistas de Arcor y de Techint, que entienden lo que significa defender lo propio, aceptan pagar sueldos obscenos a sus managers porque saben que eso repercute positivamente en su propio beneficio. Saben que un gerente obscenamente remunerado se juega más por sus intereses, se esfuerza más y saben que así reclutan entre los mejores. Además les exigen tener la camiseta puesta, obrar con fidelidad y dedicación, pero una cosa no va en detrimento de la otra.
Se ha instalado en La Argentina, y gran parte del mundo, que los políticos deben trabajar por la camiseta y el honor. Suena muy glorioso pero es la mejor ventaja que le podemos dar a las corporaciones cuyos intereses son antagónicos con los del Estado y que deben negociar permanentemente con él.
Es como enfrentar un equipo de fútbol profesional, que contrata jugadores por todo el mundo y los premia con oro, con un equipo de amateurs, que entrena a la salida del trabajo y los fines de semana y que juega con las preocupaciones de una familia con aprietes de dinero. El honor estará de nuestro lado pero los goles del otro.
La ciudadanía ha creado un cepo con el que somete a su clase política y del que no puede salir con facilidad. El político que proponga un aumento de sueldo será vapuleado por egoísta. Mientras prosperan los políticos que tienen ingresos independientes de su función y, por qué no, los que los tienen en paralelo a su función. Para salir del cepo deberíamos proponer la cláusula de equidad con las corporaciones, igual sueldo a igual responsabilidad.
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¿Por qué un ministro que discute contratos a brazo partido por gigallones de dólares, debe ganar menos que el cadete del abogado que asiste a su contraparte? ¿Por qué siendo el Estado por lejos la organización más compleja, de tamaño más grande y que maneja conflictos y presiones descomunales, sus funcionarios de más alto rango no ganan al menos el doble que los ejecutivos máximos de Techint, Telefónica o Repsol? ¿Por qué no ganan ni la mitad?
¿Por qué un diputado que tiene que tomar decisiones que quizás lo enfrenten a los poderes dominantes de su sector de por vida, deba estar pensando si ese enfrentamiento no afectará el bienestar futuro de su familia?
Los accionistas de Arcor y de Techint, que entienden lo que significa defender lo propio, aceptan pagar sueldos obscenos a sus managers porque saben que eso repercute positivamente en su propio beneficio. Saben que un gerente obscenamente remunerado se juega más por sus intereses, se esfuerza más y saben que así reclutan entre los mejores. Además les exigen tener la camiseta puesta, obrar con fidelidad y dedicación, pero una cosa no va en detrimento de la otra.
Se ha instalado en La Argentina, y gran parte del mundo, que los políticos deben trabajar por la camiseta y el honor. Suena muy glorioso pero es la mejor ventaja que le podemos dar a las corporaciones cuyos intereses son antagónicos con los del Estado y que deben negociar permanentemente con él.
Es como enfrentar un equipo de fútbol profesional, que contrata jugadores por todo el mundo y los premia con oro, con un equipo de amateurs, que entrena a la salida del trabajo y los fines de semana y que juega con las preocupaciones de una familia con aprietes de dinero. El honor estará de nuestro lado pero los goles del otro.
La ciudadanía ha creado un cepo con el que somete a su clase política y del que no puede salir con facilidad. El político que proponga un aumento de sueldo será vapuleado por egoísta. Mientras prosperan los políticos que tienen ingresos independientes de su función y, por qué no, los que los tienen en paralelo a su función. Para salir del cepo deberíamos proponer la cláusula de equidad con las corporaciones, igual sueldo a igual responsabilidad.
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