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Crimen Y Clase

Hay un viejo adagio que acabamos de inventar que dice “Dime que crimen combates, y te diré a que clase social persigues”.

Así como no es inocente la jerarquía exagerada que le damos a la coima dentro del universo de la corrupción política, tampoco es inocente, ni natural, la jerarquía que tienen algunos crímenes en el ranking de los crímenes.

Tomemos como ejemplo el arrebato, delito que puede ser considerado un crimen o un raterismo dependiendo de cuan grave lo considere quien lo adjetivase. El arrebato es un crimen “popular”, un delito que solo cometen las clases populares, los pobres diablos, porque son crímenes poco redituables y muy perseguidos en relación al dinero que se obtiene. Nadie dudaría que, decidido a ir por el camino del crimen, es mucho más rentable y menos peligroso evadir en grandes exportaciones cerealeras, vaciar un banco con autopréstamos o esconderle alguna ganancia al fisco, que robar carteras en bares en Palermo, aun en los de Palermo Soho. Exagerar la reacción contra el arrebato, exagera la reacción contra la popular.

Los crímenes como evasión, cartel de precios, abuso de posición dominante, publicidad engañosa, vaciamiento de bancos, etc. no tienen el lugar, en la pelea por los adjetivos, que si logran el arrebato, la salidera, el motochorro y el apriete de los limpia vidrios. Se instala así una pirámide del crimen achatada, donde todos tienen la misma dimensión.

El vendedor de paco, quien probablemente sea un consumidor también cerrando el frecuente círculo de victimario-victima, tiene menos prensa que los banqueros que permiten cerrar el círculo del dinero, eslabón imprescindible para mantener la provisión de droga. ¿Quién es más importante para el dueño del cartel, un vendedor de paco que atiende en una cuadra o dos o el ejecutivo de un banco que le permite recircular los millones que recolecta? La pata bancaria no tiene peces chicos, no es algo que hace con miles de cajeros en cientos de bancos. Porque aún cuando se habla de blanqueo se habla de un delincuente marginal que tiene una casa por encima de sus posibilidades y no se menciona, con igual prejuicio y con tan poco fundamento, a un ejecutivo de bancos o financieras, completamente legal, prospero y prestigioso? ¿O alguien cree que una industria como la comercialización de drogas ilegales se estructura con marginales y vendedores ambulantes?

Tampoco en la descripción de crímenes tenemos que perder el control de los adjetivos. La adjetivación es el primer paso en la imposición de conceptos.

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