En estas horas se está festejando el Día del Amigo en 100 países aproximadamente, americanos en su mayoría. La historia sobre su creación ya es bastante difundida, pero no por eso menos interesante.
A pesar de pertenecer al continente más joven hemos sabido adoptar una cultura tradicionalista, amante de las celebraciones y fechas conmemorativas. Tal es el caso del profesor de psicología, filosofía, historia, músico y odontólogo argentino Enrique Ernesto Febbraro (1924), quien bautizó con ese honor al 20 de julio de 1969 después de asistir –como el resto del mundo- a la epopeya de los astronautas Neil Armstrong, Edwin Buzz Aldrin y Michael Collins al alunizar por primera vez. Posteriormente Febbraro explicó su iniciativa diciendo: “Ese día, todos estuvimos pendientes de la suerte de los tres astronautas. Fuimos sus amigos y ellos, amigos del universo”. Por aquel entonces el avance científico se promocionaba como una forma de abrir una puerta para hacer amigos en el cosmos.
El originario vecino de Lomas de Zamora, Buenos Aires –hoy Capital Provincial de Amistad- fue también profesor de Psicología en la Universidad de la Fundación Carlo Cossimo Borromeo (Italia), y obtuvo el doctorado honoris causa en Ciencias Sociales en 1950, por la Academia Americana de la Historia y la Ciencia. Cuando lo consultaron sobre la forma de encontrar amigos, el profesor comentó que pueden estar en cualquier parte: en el bar, en la oficina, en otra ciudad, en aquel país, a la vuelta de la esquina, a través de Internet, viajando o en el mundo de las ideas. Sólo hace falta alguna disposición a amar, a escuchar, a comprender, a abrirse al otro, a dar, a sentir placer de compartir su dicha y de acompañarlo en su pena. Y al ser consultado acerca de cómo se conoce al amigo, él dijo: “Es fácil, porque no se lo ve, se lo siente”.
Es curioso que 40 años atrás el hombre haya designado como Día del Amigo al momento en el cual Armstrong imprimió su pisada en un sitio a 400.000 kilómetros de nuestra casa. La necesidad de la humanidad por hacer nuevos amigos es casi tan grande como su ceguera para encontrarlos. Hoy en día esa predisposición genética es mucho más fácil de saciar, ya no necesitamos abandonar el planeta para ilusionarnos con nuevos amigos, podemos simplemente mover el mouse y buscar a uno nuevo, o mejor aun, podemos recordarle ahora mismo a nuestro amigo que aquí estamos para él.
Podemos decir que gracias a Internet el mundo no seguirá el vaticinio de Sir Francis Bacon cuando dijo: “Sin la amistad, el mundo es un desierto”.
A pesar de pertenecer al continente más joven hemos sabido adoptar una cultura tradicionalista, amante de las celebraciones y fechas conmemorativas. Tal es el caso del profesor de psicología, filosofía, historia, músico y odontólogo argentino Enrique Ernesto Febbraro (1924), quien bautizó con ese honor al 20 de julio de 1969 después de asistir –como el resto del mundo- a la epopeya de los astronautas Neil Armstrong, Edwin Buzz Aldrin y Michael Collins al alunizar por primera vez. Posteriormente Febbraro explicó su iniciativa diciendo: “Ese día, todos estuvimos pendientes de la suerte de los tres astronautas. Fuimos sus amigos y ellos, amigos del universo”. Por aquel entonces el avance científico se promocionaba como una forma de abrir una puerta para hacer amigos en el cosmos.
El originario vecino de Lomas de Zamora, Buenos Aires –hoy Capital Provincial de Amistad- fue también profesor de Psicología en la Universidad de la Fundación Carlo Cossimo Borromeo (Italia), y obtuvo el doctorado honoris causa en Ciencias Sociales en 1950, por la Academia Americana de la Historia y la Ciencia. Cuando lo consultaron sobre la forma de encontrar amigos, el profesor comentó que pueden estar en cualquier parte: en el bar, en la oficina, en otra ciudad, en aquel país, a la vuelta de la esquina, a través de Internet, viajando o en el mundo de las ideas. Sólo hace falta alguna disposición a amar, a escuchar, a comprender, a abrirse al otro, a dar, a sentir placer de compartir su dicha y de acompañarlo en su pena. Y al ser consultado acerca de cómo se conoce al amigo, él dijo: “Es fácil, porque no se lo ve, se lo siente”.
Es curioso que 40 años atrás el hombre haya designado como Día del Amigo al momento en el cual Armstrong imprimió su pisada en un sitio a 400.000 kilómetros de nuestra casa. La necesidad de la humanidad por hacer nuevos amigos es casi tan grande como su ceguera para encontrarlos. Hoy en día esa predisposición genética es mucho más fácil de saciar, ya no necesitamos abandonar el planeta para ilusionarnos con nuevos amigos, podemos simplemente mover el mouse y buscar a uno nuevo, o mejor aun, podemos recordarle ahora mismo a nuestro amigo que aquí estamos para él.
Podemos decir que gracias a Internet el mundo no seguirá el vaticinio de Sir Francis Bacon cuando dijo: “Sin la amistad, el mundo es un desierto”.
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