Una pareja venía caminando por la sabana, en el oriente del África, mientras nacía la estación de las lluvias.
Aquella mujer y aquel hombre todavía se parecían bastante a los monos, la verdad sea dicha, aunque ya andaban erguidos y no tenían rabo.
Un volcán cercano, ahora llamado Sadiman, estaba echando cenizas por la boca.
El cenizal guardó los pasos de la pareja, desde aquel tiempo, a través de todos los tiempos.
Bajo el manto gris han quedado, intactas, las huellas.
Y esos pies nos dicen, ahora, que aquella Eva y aquel Adán venían caminando juntos, cuando a cierta altura ella se detuvo, se desvió y caminó unos pasos por su cuenta.
Después, volvió al camino compartido.
Las huellas humanas más antiguas han dejado la marca de una duda.
Algunos añitos han pasado.
La duda sigue.
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