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Diversidad

Como dijimos, los análisis políticos, las noticias, las fotos, los datos considerados “duros” son “opiniones”, “narraciones basadas en porciones preseleccionadas de un todo”. Exagerando un poco, nos atrevemos a llamarlas “ficciones”.

Los datos duros sobre los que se basa cualquier narración son “vistas” de la realidad, una pequeña porción sobre la que el mediador construye su discurso. Es muy poco habitual que los mediadores expliquen la selección de tal o cual porción: ningún diario explica por qué eligió la noticia que publica frente a las miles que no. De hecho nunca sabremos cuáles no publicó ni por qué.

Es razonable que así sea, pues de lo contrario el diario le dedicaría tiempo valioso a temas que juzga sin importancia. Pero no debemos olvidar que una mano invisible selecciona por nosotros y que no nos dará ninguna explicación por eso.

Inevitablemente las narraciones son producto de la percepción de alguien, también de sus prejuicios y opiniones, y de su talento para razonar y comunicar.

Todo esto es el ruido inevitable de la comunicación que, en nuestra opinión, se soluciona de dos maneras: con la religión o con la diversidad (para nosotros, la mejor opción).

Si por convicciones superiores uno se fuerza a considerar como propia la opinión de un único mediador, habrá logrado la mediación perfecta sin diversidad (suena a círculo autorreferencial, pero no lo es). “Me basta con mi predicador para entender la realidad a mi entera satisfacción”: éste es uno de los tantos beneficios de contar con profundas convicciones religiosas.

Para aquéllos sin la dicha de convicciones religiosas superiores, la mediación perfecta es una utopía inalcanzable. Sin embargo, podemos suponer que la diversidad aumentará nuestras opciones y por lo tanto nuestras chances de formarnos una opinión de la realidad más cercana a la tendríamos en un contacto directo con los hechos, en un tiempo eterno, con infinita dedicación y capacidad de comprensión.

Otro efecto colateral positivo de la diversidad aparece con la competencia entre analistas, que funciona como autocorrector. Los otros obligan a mantener cierto nivel de pertinencia: nuestro rigor será mayor si podemos comparar mediadores.

Que conste. La diversidad no se construye mediante la superposición de diversidad, así como no utilizamos un gran pomo de pintura multicolor para pintar un mural. En cambio sí usamos diferentes pomos, cada uno de un solo color. Es más, con cinco colores bien escogidos y combinados, lograríamos la mayor de las diversidades.

En términos mediáticos, la diversidad no significa que cada medio deba representar todas las ideas y opiniones. Tampoco supone programas cuyos presentadores e invitados tengan que discutir entre sí sin llegar a ningún acuerdo.

La diversidad exige la cantidad suficiente de medios diferentes, cada uno en representación de su idea aunque sea de modo excluyente. Mejor todavía, preferentemente de modo excluyente, para aclarar conceptos.

Así, incluso un fanático defensor de una idea monolítica y detractor de todas las demás ayuda a crear diversidad: basta con que tengamos en igualdad de condiciones a otros fanáticos defensores de otras ideas monolíticas y, porque no, detractores de las demás.

El Estado tiene mucho que hacer para facilitarnos el acceso a una diversidad de mediadores. Desde una posición individual es casi imposible lograrlo. La dedicación necesaria lo haría estadísticamente nulo.

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