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Juguemos al Fútbol sin Futbolistas


Mi abuelo era fanático de San Lorenzo, igual que lo fue mi padre y la tradición familiar. Tuve el carnet de socio antes que el documento de identidad. Hice la primaria en el colegio San Antonio, donde se fundó el club, y viví hasta los 21 años a pocas cuadras del Gasómetro.
¿Yo elegí ser de San Lorenzo o ya venía coloreado mi ADN? ¿Existe el libre albedrío futbolístico? Creo que no, pero eso no importa. No estoy escribiendo sobre fútbol.

El domingo pasado volvimos a perder, una vez más. Estamos pasando por una mala racha, vio? Esas cosas inexplicables del fútbol, que parecen tener una explicación certera pero diferente en cada hincha. Yo vi el partido por televisión, pero no es culpa de la pandemia, hace años que no voy a la cancha. Era una hermosa rutina que tenía con mi viejo, y terminó junto con su compañía. Desde entonces veo al Ciclón acomodado en el sillón, estos días no tan cómodo. Puteo floridamente a algún jugador como reza nuestra liturgia. Ocasionalmente recuerdo algún árbitro, algún dirigente o director técnico. Y en los últimos año, como tantos otros excompañeros de tablón, ya se hizo ritual que nos encontremos en las redes sociales al terminar el partido para intercambiar efervescencias -como ya dije- últimamente de color negro. Un negro cuervo furioso.

Al terminar este intercambio “santo” de nominados para la bandera del fracaso, viendo la cantidad de bilis derramada me cuestioné al estilo John F. Kennedy: ¿y qué hago yo por San Lorenzo?
La respuesta no tardó en llegar, NADA. Hace tiempo que dejé de ser socio, ergo no voto en las elecciones. No pago una entrada para ver a mis colores. No participo activamente en la vida interna del club. Más allá, claro, de putearlos activamente cuando pierden, liberando toda mi soberbia para adjudicar responsabilidades con poca información y aún menos compromiso.

Al pensarlo en voz alta, de inmediato identifiqué mi miserabilidad con esa multitud de almas cristalinas que a diario se indignan frente a un televisor, sin siquiera la oportunidad de una indignación a la carta. Lo harán con el plato fijo que definió su indignólogo mediático para hoy. Que siguiendo los ritmos de una homilía lo dirá en uno y otro sentido, hasta que logren memorizar los párrafos centrales a repetir. Antes que se enfríen los músculos, nos encontraremos en ese mismo campo de juego donde hablamos de fútbol los domingos, para hablar de política los demás días de la semana (para ser preciso, de anti-política).

La inmensa mayoría de ellos y ellas nunca se calzaron los botines para entrar a la cancha, gestionando políticamente algún organismo público. Tampoco se destacan por aguantar los trapos en el tablón de su equipo, militando y sustentando económicamente la vida de un partido político que les despierte simpatía. Es más, una parte sustantiva les dirán que detestan al fútbol, porque no adhieren a ningún club y menos aún a sus dirigentes o jugadores, estafadores por definición.

En nuestros debates dominicales podemos tratar de gambetearla, pero tarde o temprano alguien jugará la carta amateur: “el problema es que ya nadie juega por la camiseta, son once millonarios que sólo están interesados en la guita”, insinuando que ellos -los hinchas indignados de sillón- lo podrían hacer mejor. Seguramente podrían ganar un campeonato si quisieran, armando el equipo en el chat de “papis y mamis”, podrían ganar un mundial sin jugadores de fútbol y gobernar un país sin políticos.

Pero lo maravilloso de este juego y sus laxas reglas, es que nada de esto -ni la falta de compromiso, ni de experiencia, ni de conocimiento- impedirá a nuestro colectivo de orcos apolíticos, arremeter utilizando las más creativas difamaciones y agravios, contra la única herramienta democrática que tenemos el 99% de los ciudadanos para defendernos del 1% más poderoso, la política.

Si usted recuerda haber invocado el nombre materno de algún jugador en el club de sus amores, y su única experiencia pegándole tres dedos fue contra la pata de la cama, piense que su reacción no difiere en demasía con la tía Pirucha o el tío Cholo, sólo que ellos son mucho más nocivos para el futuro de sus y nuestros hijos. Que mejor hablen de fútbol!


Sergio Marino

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