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Competencia Y Regulación

No existe competencia sin regulación. De hecho, la competencia en un mercado no es el estado natural de las cosas: es un estado artificial, creado, que requiere de un Estado poderoso y responsable encargado de regulaciones rigurosas. De la misma manera que la democracia constitucional no es el estado natural de las cosas, sino que requiere enormes esfuerzos de control para siquiera acercársele.

En realidad, tanto en el mercado como en la política, el estado natural seria el dominio del más fuerte. Cuando el regulador se retira, el león se come al cordero y, cuanto más come, más hambre tiene.

La bolsa de valores de Nueva York se acerca a un mercado de competencia perfecta. Ahí, mi tía compra y vende una acción al mismo precio que George Soros, el magnate húngaro que compra y vende cien millones de acciones. Los dos disponen de la misma información para juzgar si conviene o no comprar. La empresa está obligada a contarle a mi tía todos sus secretos: qué saben, qué piensan hacer, cuáles son sus números y demás datos que hace un siglo sólo le contaban al magnate a punto de comprarles un paquete importante de acciones.

La SEC, comisión estatal encargada de defender el libre mercado en la bolsa de NY, aumenta cada año la regulación. La hace más exigente, en base a un pedido mayor de información (información que veinte años atrás era juzgada secreta, y que las empresas robaban unas a otras con espías, hoy se publica “voluntariamente” por “sugerencia” de la SEC). Hoy la SEC tiene poder para escuchar teléfonos, abrir sobres, incluso comprar delatores cuando sospecha que una persona está obteniendo datos exclusivos, aunque sea de un amigo o una novia. El comentario más banal lleva a los dos confidentes a la cárcel si eso afecta la idea de “mercado perfecto”.

Stalin se levantaría de la tumba por semejante régimen totalitario. Pero todo se acepta en nombre de un mercado de competencia perfecta.

Aún así, aún cuando el Estado hace sus mayores esfuerzos por obligar, amenazar, encarcelar, en definitiva, regular en pos de un equilibrio, mi tía no consigue operar a la altura de Soros. Básicamente esto sucede porque, al carecer de la misma riqueza, tampoco dispone de cien analistas por todo el mundo, ni está suscripta a cincuenta revistas, ni accede a los informes elaborados por los pensadores más calificados, ni viaja a conocer las compañías in situ.

Creer que el laissez-faire basta para garantizar un mercado de competencia perfecta es como creer que, sin ley, ni tribunales, ni policía, una sociedad funcionará naturalmente como una república democrática perfecta.

Ahora bien, ¿qué liberal argentino exigió cárcel para los empresarios del cemento por su probado cartel de precios en la industria del cemento? ¿Qué liberal argentino exigió juicio a los empresarios de la industria del celular por la falta de competencia en sus precios? (en este punto cabe recordar que la acción de cartel de precios entre competidores no requiere la foto en la que aparecen los competidores firmando el acuerdo de precios ante un escribano, sino que basta que los competidores actúen como si existiese el acuerdo).

¿Qué liberal argentino criticó las empresas con posición dominante, que son casi todas las líderes de casi todos los sectores? Aunque fuesen pedidos exagerados, infundados, ¿por qué nunca exageran para este lado y sí lo hacen cuando les piden cárcel a los gremialistas, a los políticos aún exagerando el pedido y haciéndolo infundado?

La respuesta es: porque no defienden la competencia, sino los negocios privados y casi exclusivamente el de los grandes privados.

Las olimpíadas conforman otro ejemplo de competencia regulada. De hecho, si no se tratara de una competencia extremadamente regulada, podríamos dejar que todos compitan contra todos y que gane el mejor: el arquero mataría con una flecha a los corredores; el levantador de pesas al remero y al arquero; el lanzador de jabalinas al levantador de pesas. Finalmente, quizás haya un ganador en el luchador de sumo. La frase “que gane el mejor” no habría generado un proceso de competencia y de mejora continua, de estímulo al entrenamiento y al desarrollo de talentos, sino a una guerra sangrienta donde nunca gana el más apto de los deportes que buscábamos estimular.

El laissez-faire en los negocios genera la misma masacre pero sobre personas jurídicas, que por razones biológicas sangran con desempleo, sobreprecios, peor distribución de la renta, etc.

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